Conejo Sombrío

La luz de mi vida se ha apagado, ahora camino en las tinieblas.


Se beatifica la maldad
arden las fuentes prístinas del pecado
emerge la podredumbre
lluvia ácida
fuego
caen en retazos
las alegrías nunca vividas
susurran palabras los muertos del futuro
todo es desesperanza
llueve sobre la vida
el dolor hiriente baja la escalera
una sombra ígnea
todo yace sobre el suelo mojado por la tristeza
mierda
agua
la maldad brilla a lo lejos
todos se alegran
los ojos muertos
sí los ojos muertos del mundo
de este mundo
bañado por los meados benignos
observan la nueva ilusión de la existencia humana
el sueño alcanzado por los asesinos
se alza la mirada
nadie mira a su lado
todo yace en la sordidez
los rostros muertos rondan las moradas
infelices.

AAR

Oscurece.
Noche gélida, donde las sombras yacen agazapadas en el zaguán de la muerte.
Rostros muertos se asoman a través de la ventana inexistente;
en la esquina, la soledad camina con la muerte.
Todos los rayos de la luz lunar se anidan en el cementerio híbrido del pasado.
Las estrellas fugaces caen en retazos sobre la tumba del cielo.
Afuera, escondidos en la malignidad bendita,
los muertos del futuro sonríen con gran alegría.
Muertos ocultos emergen desde el fondo de la vida.

AAR


Se yergue entre las ruinas
sórdidas de la podredumbre
un pútrido hedor,
que se expande con su presencia.
Se fortalecen las sombras
sagradas de la maldad,
a la luz del manto divino de la inexistencia.
Rómpese el espejo críptico del abismo;
el ser se pierde ineluctablemente
en los espacios vacíos de la nada.
Oscurece en el cuarto lúgubre,
donde yacen los restos inexistentes de Dios.
Abro la puerta: la fe es la nueva
asesina de la humanidad.

AAR


Se internó en la noche.
Nunca pudo salir de allí.
Un rumor creció.
Su figura apareció de pronto.
Un viento trajo su maldad.
Todos callaron.
Era el fin de la felicidad.
Horas de dolor, avanzaron inexorablemente.
Sufrimiento.
Miseria.
Angustia.
Dios es el miserable del paraíso.
Se acabó la bondad.
Surgió el odio.
Todo quedó en ruinas.
Féminas mutiladas por el olvido.
Vírgenes cubiertas con besos y billetes.
Aires envueltos en la estupidez divina.
Días negros; noches inciertas.
Dios salió de la nada, para asesinar al mundo.
Volvió la alegría...
Dios es la inexistencia.

AAR

Debido a mi gran ausencia como escritor, aquí les traigo tres relatos en uno, disfrutad.

Mis experiencias son absolutamente reales y fueron llevadas a cabo en una habitación especialmente acondicionada para tal fin, con mujeres de todas clases quienes les interesó el singular desafío que les hacía. A muchas las reuní en gimnasios y dos de ellas son prostitutas que desarrollan la lucha como servicio disciplinario, el que ofrecen mediante avisos en un matutino en esta Capital. Daniela, una joven de 26 años, se entusiasmó cuando le propuse participar porque cuando era más chica luchaba con su hermana. Daniela pesa unos 60 kilos y mide 1,68. No dudo en enfrentarme a pesar de mi experiencia reconocida. Tengo 19 años y mido 1,83 y peso 75 kilos.

Acordamos una greco-romana a tres asaltos.Nos preparamos. Ella quiso usar conchera. Empezamos. La tomé, a la salida del primer encuentro, de la cintura, llevándola sobre mi hombro derecho. Daniela, por detrás de mí, alcanzó mis glúteos y con fuerza los empezó a separar. Los dos caímos pero rápidamente ella se tiró sobre mi espalda practicándome una llave Nelson (toma en la que se rodea al oponente con los brazos y se lo toma de la nuca). Rodé sobre Daniela sin que me soltara, me arrodillé levantándola colgada de mi espalda como una mochila, y la estiré de costado quedando ella boca arriba. Intenté arrojarme sobre su cuerpo, pero me detuvo con sus piernas. Se las separé y acostándome sobre sus pechos sellé el primer encuentro.
Vi que ella estaba caliente por perder y noté que su conchera (la tanga que cubre sólo los genitales y el ano) estaba húmeda, supongo que por los jugos además del sudor. En el comienzo del segundo encuentro pactado se lanzó sobre mí fieramente, colgándose de mi cuello y abrazándome con las piernas. Sabía hacerlo. Caímos ambos, pero ella sobre mí, yo estaba de espaldas, y para marcar su victoria me refregó sus abultadas tetas en la cara. Desde ya, no tengo que decirlo, estaba completamente al palo y esto que me hizo contribuyó a que en ese momento tuviera una abundante eyaculación.
Tomamos un descanso entre el segundo y el tercer asalto y después de algunos minutos continuamos. En el tercer encuentro se definiría la lucha. Habíamos hecho una apuesta antes de empezar: el ganador propondría la posición en que después haríamos el amor. Al comenzar el tercer asalto Daniela se lanzó sobre mí, me tomó de la cintura empujando para tirarme. Yo hundí mi mano derecha entre sus piernas por detrás suyo, sintiendo su vagina y muslos mojados con una mezcla olorosa de sudor y fluidos. ¡Ah, olvidé mencionar lo más importante! En un gesto hermoso, Daniela se había despojado de la conchera antes de comenzar el último asalto. A continuación, la levanté y dejé caer a un costado , pero ella rápidamente me trabó con una Nelson, saltó y me rodeó con las piernas. Yo sentía sus pechos calientes y hasta sus pezones clavándose en mi espalda. Caímos hacia adelante. Daniela intentó voltearme y para eso, con un brazo me rodeó la cintura mientras deslizaba el otro entre mis piernas, quedando mis glúteos y sus lolas fundidos en un abrazo. Se balanceó para atrás y nos volcamos. Esta toma no la benefició porque quedó debajo de mí y con sólo girar me encontraba sobre su pecho, derrotándola, lo que sucedió.
Ambos ardíamos de calentura y mi pene ya estaba listo para la verdadera lucha. Dejé que ella, aunque perdidosa, eligiera la posición: había luchado como una fiera y lo merecía. Me hizo acostar boca arriba, se puso de espaldas a mí y, en cuclillas, llevó mi pene al encuentro de su vagina mientras yo ponía mis manos en aquellos muslos abiertos moviéndola por los glúteos para arriba y para abajo, hasta que ambos llegamos a un clímax estremecedor. Completamente mojados por el sudor nos dimos juntos una ducha. Después, ya relajados, nos acostamos para cambiar ideas sobre el próximo combate.
Ahora les contaré un encuentro con una chica del tipo Brigitte Nielsen. Imaginarán que tipo de lucha tuvimos: la de los vikingos, el vale-todo. Esta hembra se llama Sandra, es de abuelos alemanes y me contó que su abuela, cuando era joven corría desnuda por la nieve para fortalecerse antes de luchar con su marido, con quien ya practicaba el vale-todo. La conocí en un gimnasio, le hablé de mi propuesta y entusiasmada aceptó sin demora, pero me advirtió que no quería tener relaciones sexuales, lo que acepté, naturalmente. Nos pusimos de acuerdo en que lucharíamos cuerpo a cuerpo, vale-todo pero sin pegarnos. Pusimos como límite una hora para combatir.
Dos días después nos encontramos, ella vino con una amiga que quería ver de qué se trataba. Los dos nos trenzamos en bolas sobre el luchadero. Era poderosa y algo especial. Aprovechaba sus grandes gomas, que por su tamaño le colgaban bastante, para darme pechazos.
La amiguita se sentó al costado y no se perdía detalle. Sandra me tiró y calló sobre mí. Yo traté de quitármela de encima poniendo mis manos en sus pechos, empujándola. Logré levantarla y luego puse mis pies sobre su vientre y la tiré. Cayó pesadamente de espaldas (calculo que andaría en los 70 kilos), me arrojé cayendo sobre sus gomas y tomé una en cada mano. Ella profería obscenidades e insultos que aumentaban mi calentura. Con una mano buscó mis testículos, agarrándome desde el tronco. Con eso pudo zafarse, y después se sentó a horcajadas sobre mi vientre. Mientras forcejeábamos se movía y yo veía como revoleaba las tetas que azotaba contra mi cara. Con mis piernas pude tomarla de las axilas y tirarla boca arriba, quedando yo en igual posición, pero encima de ella. Inmovilicé sus brazos.
Fue entonces que Sandra llamó a su amiga, que era una prima suya, más delgada y de buen lomo. Natascha se quitó rápidamente la ropa y vino sobre mí. Era un espectáculo inesperado y magnífico, pero duró poco. La muy sucia se paró delante mío quedando Sandra entre sus piernas, y tomándome de cabeza refregó su vagina contra mi cara. Sandra se ponía mi pene entre las tetas para masturbarse y yo, mientras bombeaba, satisfacía a Natascha con mi lengua. Solté mi leche entre los senos de Sandra y me dejé caer satisfecho. Vi como Natascha desparramaba el semen sobre todas las tetas de la prima y después se dedicaba a juntarlo con la lengua. Natascha estaba de rodillas, inclinada sobre Sandra. Yo metí mi cabeza entre sus muslos para succionarla. Después, rendidos los tres por la faena, descansamos tirados sobre el luchadero. Propuse que ambas combatieran un rato para darme tiempo. Se enfrentaron en una lucha durísima. Fue fantástico verlas. Cuando terminaron tuve una luchita con penetración contra Natascha, mientras Sandra nos chupaba a los dos.
Para la lucha asiática me puse de acuerdo con una físicoculturista amante del box. Su nombre es Isabela, pero le dicen Japonesa, por los ojos rasgados. La Japonesa no es muy tetona, pero sí musculosa y muy poco femenina. Para esta lucha usamos guantes de box porque se permite dar golpes en el cuerpo. Nos preparamos y nos encontramos en el centro del luchadero. Lo primero que hice fue trabarla para empezar a estudiarla, ella quiso zafarse a trompadas, y se las contesté duramente. Como la cosa se ponía fea decidimos quitarnos los guantes y seguir con la greco-romana. Nos revolcamos un rato y cuando la tuve abierta de tijera me metí con todo y le hundí mi pene en la peluda argolla decretando empate y, de paso, desahogando  la calentura de los dos. No duró mucho, pero fue bueno.
Hasta aquí les conté algo sobre esta práctica que cada día tiene más cultores. Si desean comunicarse conmigo para adentrarse a esta práctica, háganlo mediante comentarios en el blog del Conejo Sombrío. Gracias y Saludos.



CAAFF



Conejo Sombrio

Dios ha muerto, los hombres lo han matado



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