Se yergue entre las ruinas
sórdidas de la podredumbre
un pútrido hedor,
que se expande con su presencia.
Se fortalecen las sombras
sagradas de la maldad,
a la luz del manto divino de la inexistencia.
Rómpese el espejo críptico del abismo;
el ser se pierde ineluctablemente
en los espacios vacíos de la nada.
Oscurece en el cuarto lúgubre,
donde yacen los restos inexistentes de Dios.
Abro la puerta: la fe es la nueva
asesina de la humanidad.
AAR
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